El japonés Hiroh Kikai es un apasionado fotógrafo clásico: su obra se basa en el retrato entendido como un duelo entre dos sujetos, el que está delante y el que está detrás de la cámara. Retrato callejero pero aislando al sujeto del contexto para posibilitar que emerja su alma. Todo en riguroso blanco y negro. Y además sobre película fotosensible que revela en un cuartito de su casa. Sus retratos flotan en aquel universo atemporal que otros exploraron también, a saber, Diane Arbus, Walker Evans, August Sander, Richard Avedon…
En El País publicaron un artículo -con motivo de una exposición en Madrid (y que hasta mañana hay tiempo de ver)- donde daba detalles de su método de trabajo y filosofía:
(…) No lleva una idea premeditada. Necesita ver que el aura de alguien le dice: «¡Fotografíame!». Entonces se acerca y le retrata, sin preparación. Explica que si lleva a la persona a un estudio pierde naturalidad y él quiere mostrar al ser humano como es. Si ve a su modelo muy tenso, utiliza el truco de decir que se ha encasquillado la cámara. Cuando el retratado baja la guardia y se relaja, Kikai dispara. Así saca la esencia del ser humano. Para él es fundamental que sus fotos sean atemporales, por lo que recurre al blanco y negro, que además es más sugerente, hace imaginar al espectador. Insiste en la importancia de sus retratados como seres individuales, de ahí sus fondos planos, neutros, para que la figura sobresalga.
(…) Compara a los pintores con los fotógrafos: «En un retrato se muestra tanto el alma del modelo como del que lo representa, ya sea a través de un disparo fotográfico o de los pinceles».
Todos los retratos pertenecen a Persona (2003), una colección de retratos realizados en el barrio de Asakusa de Tokio, el cual Kikai ha explorado a fondo durante más de 30 años. Las fotografías se imprimieron en quadtone.