Siendo como soy fiel amante de este género tantas veces condenado a la extinción, me alegra descubrir que se le van encontrando nuevas rentabilidades. Y es que, actualmente, gracias a las nuevas plataformas de difusión, los videoclips musicales se pueden comprar como piezas individuales. En tiendas digitales tipo iTunes, con la misma facilidad con la que se compra una canción, se puede adquirir un videoclip.
¿Habrán incidido estas novedades en la deprimente situación del videoclip español que retrataba el realizador Luis Cerveró en el 2007?
LARGA VIDA AL VIDEOCLIP
Hace cinco años escribí junto a Lope Serrano un largo artículo bajo el pretencioso título de ’Por una cierta tendencia…’ en la desaparecida y muy reivindicable revista ’Scope’. El artículo en cuestión ponía sobre la mesa la desesperante situación del videoclip español, inculpando a todos los sectores que en nuestra opinión la provocaban: las discográficas, los músicos, las productoras, los realizadores, las televisiones y la SGAE. Sin embargo, pese al tono duro, incluso rabioso, el texto fue escrito en un momento de esperanza e ilusión. En 2002, parecía que algo estaba cambiando y el artículo terminaba dando a conocer a una serie de realizadores españoles que, según parecía entonces, iban a importar el fenómeno de directores estrella ocurrido en el mercado anglosajón en los noventa. Ya saben, Spike Jonze, Chris Cunningham, Michel Gondry, etc. De ahí la (ingenua) referencia al célebre artículo de Truffaut.
Han pasado cinco años y nada parece haber cambiado. Es más, me atrevería a decir que las cosas han ido a peor. Pero yo sí he cambiado, y lo que antes me parecía una conspiración judeo masónica para destruir un formato al que adoro, -el vídeo de promoción musical-, ahora me parece lo más normal del mundo. Y ante todo, he aprendido, o la vida me ha enseñado, que es muy triste lamentarse continuamente de la suerte y el destino de las cosas que te importan. Sí, las cosas están mal, pero no es grave y sobre todo, es perfectamente comprensible.
La industria musical, si es que se puede seguir hablando en esos términos, ya no nos necesita. Es una industria herida, mutante y ante todo muy desconcertada. Vivimos tiempos de continuas transformaciones, adaptaciones a nuevos formatos y canales de difusión. Y si bien hay muchas cosas que todavía están por definirse en las nuevas reglas del juego de la promoción, hay una que es clara y meridiana: la música ya no necesita a la televisión.
Es un problema de rentabilidad, y no hay que olvidar que el videoclip nunca fue nada más que un anuncio audiovisual de una canción, por muy sofisticado y artístico que este llegará a ser. Hace ya años que un directivo de una discográfica me dijo que comercialmente era más rentable anunciarse en un autobús que gastarse el mismo dinero en un videoclip. ¿Triste? Pues no, si eres diseñador gráfico. O músico.
En realidad siempre ha sido un misterio la rentabilidad comercial de un videoclip. Y ya hace muchos años que estos se siguen produciendo por una mezcla de inercia y de supuesto prestigio. Si estás en determinado sector de ventas, tienes que tener un video. Si no es así, puede dar la sensación de que no eres lo suficientemente importante en el mercado. Y este sí que es uno de los verdaderos problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad. El único valor de un clip musical, hoy en día, es su mera existencia. No importa ni la idea, ni su factura técnica, ni siquiera si apoya adecuadamente la imagen del grupo. La mayoría de las veces acabará troceado y reencuadrado en un spot de diez segundos para descargarse el politono.
Estoy generalizando, por supuesto, y no hace falta que incida en los peligros de toda generalización. En cualquier caso, el verdadero mal que nos afecta es la falta de criterio y compromiso estético a la hora de encargar un video musical. Pero, de nuevo, es perfectamente comprensible. Las discográficas están mucho más preocupadas en adivinar cuál es el nuevo soporte para la promoción audiovisual de la música (DVD, móvil, iPod, YouTube…) que en supervisar la calidad del producto. Ahora mismo están mucho más pendientes del continente que del contenido. Y nuestra función como realizadores y productores de imágenes es acompañarlas en esos palos de ciego hasta que todo se asiente y llegue el momento de serenarse y centrarse en lo que de verdad importa: la belleza y la coherencia de esas imágenes.
Es verdad que está siendo un momento muy duro, que estamos asistiendo, como realizadores, a verdaderos abusos y desplantes por parte de las discográficas. Cada vez nos pagan menos y peor; asumen nuestra capacidad de hombres orquesta de llevar la cámara, editar y postproducir en casa; nos tratan como cromos intercambiables; nos someten a concursos indignantes para las cifras que se manejan; y muchas veces nos dejan tirados sin ni siquiera llamar para decir que finalmente no se hará el vídeo. Son muchos los casos de compañeros míos de generación que han tirado la toalla, pese a ser amantes del formato, porque se sienten utilizados y ninguneados. Pero todo esto es perfectamente normal, porque, en definitiva, estamos asistiendo a la muerte del videoclip tal y como lo habíamos conocido. Es una lenta y triste agonía. Y nos queda el consuelo de saber que tras la muerte, vendrá la resurrección: ya sea por la web, por el móvil o por el iPod, la música seguirá necesitando de la imagen para su difusión comercial. Yo personalmente no entiendo porque se dice que esto supondrá una reconsideración en cuanto a calidad técnica y presupuestos de producción.
Pero si es así, pues habrá que adaptarse y punto.
Es un aburrimiento total estar siempre anclado en los problemas que afectan a los videoclips de nuestro país. Sí, es cierto, tenemos muchas dificultades, tenemos la colección completa, pero yo propongo dejarlas de lado, ya que hacerles frente es inviable, y seguir apostando por la pasión que, con todo, nos arrastra a seguir creyendo en lo que hacemos. Puede que no sea rentable, puede que no tengamos apoyo y que ni siquiera tenga demasiado sentido seguir con ello. Pero ¿por qué hay que regirse por estos términos comerciales? Hagamos aquello con lo que disfrutamos, dejándonos la piel como idiotas, y puede que incluso consigamos que, un buen día, un videoclip deje de ser tan sólo un jodido anuncio de un single discográfico.
El videoclip ha muerto. Larga vida al videoclip.